Así es la vida entre los abismos del cañón del Chicamocha

Foto tomada de eltiempo.com

SUMARIO: En esta maravilla natural de Santander, más grande que el cañón de Colorado (Estados Unidos), se vive con el temor a los temblores y en el olvido.

Estar en medio de la nada, así se siente ver por la ventana de la inmensa y blanca casa de los Bárcenas Ayala, incrustada en el filo de una de las montañas amarillas del cañón del Chicamocha.

La pareja de esposos lleva más de 45 años viviendo en la vereda La Peña, en donde pareciera que el tiempo no transcurre.

La casa cubierta por la blanca niebla en la mañana hace parecer que toda su estructura flotara entre las nubes, pero con el paso de las horas un sol inclemente aparece y deja ver, a través de la ventana, al final de un abismo de más de mil metros, el río Chicamocha, que corre como hilo de plata por entre las piedras.

Este hermoso y agreste cañón, convertido en un gran atractivo turístico, entre los municipios de Aratoca y Piedecuesta, Santander, es el segundo más grande del mundo con más de 108.000 hectáreas y con 2.000 metros de profundidad, superando al cañón del Colorado (Estados Unidos).

‘Hilo de plata en noche de luna llena en la cordillera’, esto quiere decir Chicamocha en la lengua de la cultura guane, una tribu indígena que habitó hace miles de años en este imponente y extraordinario lugar.

La travesía

Imagen tomada de eltiempo.com

La mula ha sido lo más cercano a un transporte que haya llegado hasta la vivienda. Así deben llevar desde la leña que utilizan para hacer sus alimentos hasta la gran poltrona que está en el pasillo de su amplia casa de arquitectura colonial, hecha en tapia pisada.

Para poder llegar hasta la vereda La Peña hay dos opciones. Por el municipio de Los Santos, que está a unos dos kilómetros entre subidas y bajadas, o por el municipio de Jordán Sube, que está a unos cinco kilómetros de la vereda. Desde allí se debe caminar más de dos horas por un empinado camino, cuyo trayecto puede durar unas dos horas más que por Los Santos.

Los habitantes de la vereda optan por hacer el camino más corto, desde el municipio de Los Santos.

La caminata obligada comienza sobre el deteriorado camino de Lengerke, construido por el arquitecto alemán Geo von Lengerke en el siglo XIX y que conduce a lo que fue el primer peaje del departamento.

Cada paso por allí tiene historia. “Por el camino que bordea el cañón del Chicamocha pasaron Bolívar, Santander y grandes próceres de la historia porque era paso obligado para ir a Bogotá, Cartagena o a la misma Venezuela. Este camino también era el que tomaban los indígenas para ir desde la Mesa de los Santos hasta Pescadero, y allí era donde iban a pescar”, explica el investigador Alejandro Navas.

De hecho, aún es común encontrar una roca que los habitantes denominan mica, que era con la que los guanes hacían brillar la cerámica que producían, pero su nombre técnico es Esquisto Micaceo.

Hace millones de años el cañón formaba parte de un extenso mar. “Las rocas sobre las cuales está socavando el río se formaron en ese mar. Este espectacular cañón se va formando producto de la erosión del río, que siempre va socavando su cauce especialmente en su etapa juvenil y es básicamente el efecto que genera esa erosión”, indica Diego Ibáñez, coordinador del Sistema Geológico Colombiano en Bucaramanga.

Por eso, en el camino hay diversidad de rocas que tienen entre 416 y 1.350 millones de años, que, según el geólogo Flover Rodríguez, fueron formadas a partir de sedimentos depositados en el otrora mar o en planicies costeras.

Aún se encuentran restos óseos en las cuevas donde habitaban los guanes y donde dejaron grabadas las pictografías que todavía brillan cuando el sol ilumina las rocas del Chicamocha.

La casa de los Bárcenas

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Tras recorrer más de una hora entre bajadas y planicies, por un angosto y solitario camino de tierra, que se vuelve lodo cuando llueve y que tiene un abismo de miles de metros de altura del cañón, se comienza a divisar un par de casas desde donde sale un pequeño hilo de humo de su techo.

Al pasar unos árboles con raíces enormes que atraviesan el camino de lado a lado y que no es usual encontrar en el cañón, está la puerta de la casa de los Bárcenas Ayala.
Su perro, Muñeco, un criollo, ladra cuando siente llegar a su amo.

Alicia Ayala de Bárcenas, a sus 60 años, no se ve viviendo en otro lado. Se casó a los 17 años con Israel y desde entonces se levanta a las 6 de la mañana, alista los troncos para prender la estufa y pone una pequeña ollita donde hace el café, al que la leña le impregna un sabor fuerte y exquisito. Así es la única manera de cocinar, pues trasladar un cilindro de gas hasta estas breñas resulta imposible.

Tan solo cuatro metros separa la casa de los Bárcenas Ayala del inmenso abismo, espacio en el que tienen que convivir sus pollos, gallinas, una vaca y una ternera, que es todo lo que tienen en este lugar.

La erosión, combinada con la altura del cañón del Chicamocha, que puede llegar a los 660 metros sobre el nivel del mar, hace que las temperaturas oscilen entre los 17 y los 30 grados centígrados, en menos de 24 horas.

“Vivir acá es muy tranquilo, escucho los pajaritos todo el día y hay mucha paz en esta vereda, mientras que uno viva alentado está bien”, enfatizó Alicia.

Pese a esta paz con la que viven y las comodidades de tener una batería sanitaria, una cocina y unas buenas camas donde pasar la noche, hay varias dificultades que deben soportar por estar en un recóndito lugar.

Imaginen lo que debe pasar una familia cuya agua solo pueden transportar a lomo de mula y deben racionar mientras logran ir de nuevo hasta el pueblo. Pero eso es solo uno de estos problemas de esta vereda, que sobrevive de lo que cultivan. El problema es que cuando llueve muy fuerte la greda se vuelve un barrizal, de tal magnitud que hace que las mulas se queden enterradas, no puedan llevar la carga y pierden la cosecha.

Antes el tabaco era su fuerte, pero poco a poco esa tradición, que les dejaron sus ancestros, ha tenido que cambiar. El tabaco cada vez lo compran menos, así que han tenido que comenzar a cosechar maíz y otros productos para poder tener recursos y comprar comida.

¿Se imaginan enfermarse en medio de la nada? Aunque los Bárcenas Ayala no recuerdan algún episodio de enfermedad grave que hayan padecido, sí les ha tocado a sus vecinos.

Por más fuerte que sea el dolor, deben ir hasta Los Santos a que un médico los atienda, caminar esas casi dos horas, y aguantar lo más que puedan.

Ni los organismos de socorro ni la fuerza pública llegan hasta la vereda. El año pasado murió Jo, un adulto mayor que vivía solo en su casa, a unos 100 metros de la de Alicia e Israel, y no tenían cómo llevarlo al pueblo, pues no había forma de llevar su cadáver a lomo de mula.

Aunque llamaron a las autoridades para dar aviso del deceso de Jo, nunca llegaron a realizar el levantamiento del cadáver, les tocó armar una camilla improvisada y durante más de tres horas varios vecinos del lugar se turnaron la llevada del cuerpo hasta que lograron llevarlo a Los Santos.

El temor más grande

El riesgo allí no son solo las dificultades topográficas ni los cambios bruscos de temperatura. A ellos se agregan los movimientos de tierra, pues esta zona hace parte del segundo nido sísmico con más actividad en el mundo, después de Hindu Kush (Afganistán) y por encima de los montes Cárpatos (Rumania).

Los temblores son a lo único que Alicia le teme, pero aun así no se le ha ocurrido, de ninguna manera, irse de este lugar.

No olvida el temblor de la tarde del 10 de marzo del 2015, de 6,1 de magnitud en la escala de Richter.

“Yo estaba extendiendo ropa y muy asustada, estaba sola porque mi esposo no estaba y tenía muchos nervios”, añadió Alicia, mientras consiente a Muñeco, el compañero fiel que siempre está a su lado.

El agua ha sido un problema de siempre en el municipio de Los Santos. El acueducto prometido, que costó 30.000 millones de pesos, tiene más de tres años de atraso y parece no adoptar forma, de ninguna manera, así que los habitantes de este lugar deben llevar a lomo de mula el agua que vayan a usar.

Cuentan que los políticos solo se pegan la caminata cuando están en campaña y después no vuelven. Todos han prometido lo mismo, arreglar el camino o al menos poner una escuela que tenga bachillerato, pues en la única que está en el lugar solo dictan hasta quinto de primaria y los niños de la vereda deben caminar diariamente hasta el pueblo para poder tomar clases, por lo que la mayoría prefieren validar los años escolares los fines de semana.

Bernarda, la hermana de Alicia, vive en la casa de al lado y no vive con su hijo desde hace 10 años porque sufrió un accidente y desde entonces perdió la movilidad de sus piernas, por lo que necesita de su silla de ruedas para movilizarse.

“Me tocó mandarlo a vivir al pueblo porque no tenemos cómo traérnoslo para acá. No puede acceder acá porque le toca venir es en camilla, y eso es muy difícil”, explicó Bernanda Ayala.

Al igual que los Bárcenas Ayala, los habitantes de esta vereda, que tienen una particularidad, todos tienen algún parentesco, sobreviven con el cultivo de tabaco que cada día compran menos y que cuando llueve no pueden sacar para vender.

“Se briega mucho en el tiempo de invierno, por la piedra que cae nos toca mirar que sea una hora en la que podamos pasar de alguna manera”, dice Alicia.

En la casa de esta familia no hay televisor, solo un radio donde escuchan noticias y música, y no es porque no llegue señal; por el contrario, en la casa de Darío, un vecino, tienen hasta Netflix.

Hace diecinueve años vivían más de setenta familias en el lugar, ahora solo queda menos de una decena.

“Muchos compran motos y por no tener cómo traerlas se van a vivir al pueblo”, dijo Alicia.

Pero otros se quedan en estas montañas, pese a que saben que por vivir al filo de la columna vertebral de la cordillera Oriental, en este hermoso y tranquilo cañón, tienen que pagar el precio del abandono.

Tomado de eltiempo.com