Esta región enamora con sus paisajes que se mueven entre el desierto, el mar y las tradiciones wayú.
La Alta Guajira es sueño de muchos colombianos que aman los grandes espacios, la soledad y la grandiosidad del paisaje. Nosotros también sucumbimos, una vez más, a su llamado.
En Riohacha recorrimos la avenida a la orilla del mar admirando las coloridas mochilas que exponen las mujeres wayú para los turistas. Y sin perder tiempo continuamos al caserío de Camarones, que se encuentra en los predios del Santuario de Flora y Fauna de los Flamencos, allí nos alojamos en La Consentida. Camarones es un pueblo de pescadores. Los vimos llegar al amanecer con abundante pesca de camarones.
El colorido de las barcas, de las velas, de los hombres de la mar que entregan su producido para que sea llevado a Riohacha y a las ciudades de la Costa y de los que venden desde sus navíos al menudeo, es pintoresco.
Vamos con Francisco Huérfano, excelente guía que conoce todos los rincones de La Guajira y con él nos adentramos en una de las ciénagas para observar los flamencos.
Son cuatro las ciénagas del Santuario: Chentico, Quebrado, Laguna Grande y Manzanillo. Además de flamencos hay gaviotas, pelícanos, garzas, patos, tortugas; y en tierra, venados, dantas, pecaríes, osos mieleros y zorros perrunos. El Santuario es un ecosistema rico en flora y fauna.
El Santuario de Flora y Fauna de los Flamencos, en el caserío de Camarones, es un lugar para conectarse con la naturaleza, a 17 kilómetros de Riohacha.Foto:
Andrés Hurtado García
Al fondo de la ciénaga encontramos un grupo de unas 100 flamencos, con sus crías. Son aves hermosas y cuando levantan el vuelo sus cuerpos adquieren bellas formas aerodinámicas.
En Mosichi encontramos centenares de aves que anidaban en un manglar seco. Vocinglera algarabía de padres y madres alimentando y de polluelos chillando. Nos dimos un opíparo banquete de fotografías. De paso en Manaure admiramos las piscinas de evaporación a las que la sal les confiere colores suaves: verdes, azules, rosados, blancos.
El Cabo de la Vela es el lugar donde van las almas de los wayús en una de las etapas después de la muerte. Es un lugar sagrado y lo llaman Jepirra. Siempre hacemos allí un recorrido memorable. Desde el Ojo de Agua nos vamos hasta el emblemático Pilón de Azúcar, por la orilla del mar, viendo los embates de las olas, admirando todos los rincones donde entra el mar y hace florituras con las olas y las espumas, mirando las bandadas de pájaros, las formaciones rocosas y gozando del espectáculo de la inmensidad del mar con sus tonalidades azul y verde. Fueron tres horas y media de silencio total y soledad absoluta.
Al día siguiente, durante cinco horas, viajamos en campero, gozando del paisaje de inmensas sabanas amarillas entre las cuales crecen aislados bosquecillos de cactus.
Esa noche dormimos en Bahía Honda, arrullados por el mar y al día siguiente la caminamos en toda su extensión.
Los viajeros pueden vivir de cerca las tradiciones ancestrales de los wayú. Y pueden comprar sus coloridas mochilas.Foto:
Andrés Hurtado García
Fueron 13 kilómetros de playas, pequeñas bahías y acantilados como Punta Soldado, donde los marines de Estados Unidos dejaron en 1927 una inscripción en cemento que habla de su barco USS Niágara. Fue una caminata dura pero exultante.
Al final de la playa nos recogió una canoa que nos llevó a Punta Gallinas donde Luzmila tiene un hotelito confortable. Las langostas frescas y grandes, traídas del mar directamente a la mesa y por comodísimo precio son el plato preferido.
Las noches de verano en la Alta Guajira son millonarias en luceros, planetas y estrellas fugaces que a los soñadores nos trasladan a otros mundos donde no hay ni guerras, ni violencia ni corrupción ni destrucción de la naturaleza.
Aquí está, incrédulos de todo el mundo como diría García Márquez, la más bella bahía de Colombia: Bahía Hondita. Pequeña, recoleta, casi cuadrangular, de aguas azules y verdes, recorrida por uno de sus lados por una cinta de manglares y rodeada por paredes y arenales amarillos.
Bahía Hondita, entre Punta Gallinas y Punta Aguja, es otro lugar de obligada visita en la Alta Guajira.Foto:
Andrés Hurtado GarcíaEl desierto y las estrellas
Sentado en el barranco he gastado –mejor, invertido– varias horas admirando este prodigio de la naturaleza. A pocos kilómetros de distancia visitamos el faro que señala el lugar exacto de Punta Gallinas, que es el sitio más septentrional de Suramérica.
Nos quedan todavía dos lugares de espectacular belleza en esta punta más septentrional de la Alta Guajira: las dunas de Taroa y la Laguna de los Patos. Las primeras son una manifestación terrenal de lo que puede ser la belleza en su infinita armonía y ensoñación. A lo largo de unos kilómetros se suceden colinas de arena amarilla, muy fina. El viento constantemente levanta la arena a nivel del suelo, a no más de 30 centímetros de altura.
Además de hoteles, La Guajira ofrece alojamiento en posadas wayú. Una opción es dormir en las coloridas hamacas guajiras.Foto:
Andrés Hurtado García
El viajero va caminando y sus huellas quedan marcadas en la arena. Pequeños valles intercalan las colinas amarillas en algunas de las cuales crecen unas matas propias del desierto y que con su oscuro verdor ponen un marco al espejismo de los arenales.
Con Alejandra Murcia, Andrés Morales y Ramiro Mariaca –mis compañeros de viaje– recorrí despacio –se podría decir que amorosamente– estas colinas que parecen ser la antesala del paraíso. Cerca de Nazareth, el pueblo emblemático de los wayús en esta zona de La Guajira, recorrimos otras dunas en cuyo centro aparece una laguna llamada de los Patos. A diferencia de las dunas de Taroa se encuentra rodeada de bosques muy verdes que parecen engastarla como a una joya.
Cerrando el horizonte de esta punta norte de Colombia se ve la Serranía de Macuira, maravilla de la naturaleza. En medio del desierto, es un bosque de niebla que extiende su verdor hacia todos sus contrafuertes que esconden pequeños valles donde los wayús cultivan sus sementeras.
Visitamos lo que queda de Puerto López. Recordamos el famoso vallenato:
“Allá en La Guajira arriba, donde nace el contrabando, el almirante Padilla barrió Puerto López y lo dejó arruinado”.
Lo que queda de las casas y negocios parece un pueblo rulfiano barrido por el viento y en abandono total. Las casas están derruidas y entre ellas crecen los cactus y por las paredes suben las lagartijas. Así, con esta sobrecogedora visión, terminamos nuestro exultante viaje por la Alta Guajira. ¿Volver? Volveremos todas las veces que la vida nos lo permita.
Las dunas de Taroa y su paisaje espectacular: las arenas del desierto moldeándose con el viento, y el mar azul, en el fondo.Foto:
Andrés Hurtado GarcíaSi usted va
Llevar ropa fresca para tierra caliente, no olvidar el protector solar, sombrero y camisetas de manga larga para proteger los brazos. Botas o calzado ligero. Llevar binóculos para observar los flamencos.
ANDRÉS HURTADO GARCÍA
Especial para EL TIEMPO. Foto de portada: Andrés Hurtado García